jueves, julio 24, 2008

Tantos días transcurren por la piel. Julio 2008.

Plaza de Bolívar. Santa Fe de Bogotá. Abril 2008.



Tantos días transcurren por la piel, por la historia dérmica, por la geografía de estos años en forma de persona que sencillamente toca a veces distanciarse de lo colectivo para mejorar el individuo que en el fondo seguimos siendo.

Así uno se va llenando de dolores y de manías para deshacerse de tanto quebranto que no debería ya estarse suscitando por el orbe. Las noticias catódicas y hasta las que se arremolinan en el papel periódico lo que hacen es envolverlo a uno en la inmediatez castradora, que no resuelve, que sólo es dato, que es porción del mundo que se desmorona de acontecimientos non gratos.

Entre la docencia y entre los hallazgos en el aula de clase, en la calle, en los carros por puesto, en las busetas, aparece una luz que no deja de sonar, una idea audible que le revienta a uno la modorra y es la que tiene que ver con el sentimiento de sentirse ajeno a tanta bullaranga que emboba, la noción de tener a cuestas una misión que, llevada con humildad y labor diáfana, lo mueve a uno por encima de las benditas ignorancias que suelen acumularse en ciudades entregadas al consumismo, al fantoche de lo vacuo, a la inmediatez perpetua.

Caminar y oír la realidad urbana lo va poblando a uno de huellas difíciles, con improntas que son capaces de deslegitimar brillos del adentro.

Hoy que resulta necesario decir algo, digo que hace 225 años nació el niño Simón Bolívar, que hace días vengo elucubrando palabras para decir lo que deseo y, eso que deseo, tiene que ver con la vida y la poesía; con la humedad y con la palabra ecología.

Hoy que es menester lanzar voces contra silencios enmarañados y opacos, suelto mi gana de descifrar a la ausencia de sonidos para denunciar el dolor de saber que el padre del cacique yukpa Sabino Romero ha muerto en las instalaciones de un hospital público. Hacía días fue maltratado y vejado por hacendados y peones sicarios que invadieron su espacio de vida y le amenazaron.

Alejandro Vargas y sus intenciones allá, por el sur del Lago, en específico por la hacienda Tizina (Chaktapa) arremetieron contra la vida indígena. La muerte que encarna este hacendado es la misma que puebla las almas de los que evitan la llegada de emigrantes a su "suelo patrio".

Este ser que amedrenta y golpea y que habita en el mismo país que habito, es el mismo ser al que se le sigue dando poder cada vez que se desconoce flagrantemente los procesos (retrasados por demás) de demarcación de territorios indígenas venezolanos.

He aquí como a un ganadero se le posibilita indirectamente una agresión que es capaz de lastimar y matar a un anciano indígena sin que pareciera ocurrir nada.

Escucho crecer la hierba, entiendo que tengo (tenemos) el poder en el alma. Entiendo de la historia su verdad dolorosa pero siguen habiendo padecimientos innecesarios, lecciones muy dolorosas en medio de una mutación histórica que queremos llamar Socialismo.

Las manos para abrazar y construir verdad luminosa.

La piel para sentir la lluvia de las voces, el canto de las luces pero no para atestiguar el desenfreno de los terratenientes, la malparidez de los cobardes de todas las horas, siempre matones, siempre furibundos y ostrones en su manía de dominar todo y no dejar paz a nadie.

Entiendo pues que este julio que avanza por entre uno, por fuera de uno está premeditadamente concebido desde alguna voltereta de luciérnaga para aleccionar y recordarme que se debe llorar aún más.

Llorar en días feriados para limpiar el alma ante tanta rutina llena de monitor catódico y de silencios duros.

Llorar riendo las luces de lo oculto.

Quise decir esto a los que leen estas palabras que son cascada cayendo ahora mismo. Quise saludar a Bolívar en su país natal; en nuestro país natal. Quise ser útil, pues allí está la gloria, pero sospecho que mientras más nos poblemos de almas iracundas y sentires efímeros, más difícil será la lucha para hacer potable la vida de los próximos días.

Despabílate amor, que el horror amanece!!!


Seguir en esta organicidad que lo unta a uno de utopía plena para avanzar y así, hacer amigos en la vía y de a poco, juntar asombros luminosos para resistir tanta contradicción que está matando al silencio, a la risa, al ser que adentro somos.