lunes, diciembre 02, 2019

Pronunciamiento del Cronista de Maracaibo en apoyo al CLEZ por su decisión de rescatar el nombre ancestral de Paraute y enaltecer la memoria gloriosa de Rafael Urdaneta.





Nada tan difícil de transformar en la historia de la humanidad como la conciencia de poblaciones víctimas de la colonización cultural y la alienación ideológica.

Recientemente nuestro continente ha sido sacudido por la irrupción violenta de prácticas racistas y supremacistas eurocéntricas, capaces de verter todo el odio contra el prójimo por el solo hecho de ser diferente en piel o ideas.

Asombroso que en pleno siglo XXI personas mestizas en países hermanos reproduzcan actitudes propias del invasor colonial de hace cinco siglos, profiriendo toda clase de epítetos denigrantes contra nuestros pueblos originarios.

Pareciera cumplirse el contenido de aquella canción que inmortalizara el dúo mexicano integrado por Amparo Ochoa y Gabino Palomares: Maldición de Malinche.

Recordemos algunos versos de la sabia composición:

Se nos quedó el maleficio
De brindar al extranjero
Nuestra fe, nuestra cultura,
Nuestro pan, nuestro dinero.
Y les seguimos cambiando
Oro por cuentas de vidrio
Y damos nuestras riquezas
Por sus espejos con brillo.

Hoy, en pleno siglo veinte
Nos siguen llegando rubios
Y les abrimos la casa
Y les llamamos amigos.
Pero si llega cansado
Un indio de andar la sierra
Lo humillamos y lo vemos
Como extraño por su tierra.

Ninguna tarea social más necesaria y complicada que la descolonización del pensamiento, tras cinco siglos de imposiciones que se hicieron mitos alienantes y dogmas cuasi religiosos incuestionables en el imaginario colectivo. Las palabras crean la existencia en la mente humana. Nombrar es dar vida (y también matar). Las culturas dominantes basan su poder en la posibilidad de decir las cosas desde su mirada, con sus palabras y en función de sus intereses. Descolonizarnos es hacernos verdaderamente conscientes del proceso histórico que configuró nuestra existencia como sociedad.

Nuestras naciones padecen un atroz CULTO A LA COLONIALIDAD, expresado paradójicamente en un desprecio terrible por todo lo autóctono. La visión colonial y burguesa predomina en la enseñanza de la historia, en la valoración de las expresiones culturales y en la concepción de lo patrimonial. 

Se considera “patrimonio” arquitectónico a lo fastuoso, lo aristocrático, lo europeo, lo anglosajón; mientras se desconocen los aportes populares de nuestros antepasados indígenas, africanos y criollos proletarios. El Estado gasta todos los años millones en conservar esas edificaciones que en esencia simbolizan la opresión de elites foráneas contra los humildes nacionales.

La tarea se torna aún más exigente al constatar que simultáneamente al proceso de concienciación, hemos de luchar cada día por descolonizarnos en medio de una arremetida permanente de NEOCOLONIZACIÓN.

Por eso la generación comprometida con la Nueva Historia tiene el deber moral y político de desenterrar la “historia oficial” implantada por la Colonia y reiterada por la república dependiente, sometiéndola al control fiscal a la luz de la arqueología forense y las relecturas y reinterpretaciones que exige una revolución cultural.  
  
La tragedia más grande un pueblo es sufrir amnesia colectiva, y el peor daño que se le puede hacer a quien padece este mal, es el engaño. No fuimos descubiertos ni fundados por poder colonial alguno; ni fuimos “civilizados”, ni somos “prehispánicos” o “precolombinos”. Somos pueblos originarios que teníamos (y tenemos) una civilización anterior a la llegada de la invasión europea; esa civilización se basaba en la ética ambiental, la propiedad colectiva y la veneración por nuestras raíces. Desalojemos de nuestra conciencia el glosario de la autoflagelación colonialista.

Los pueblos que pierden la conexión con su ancestralidad, padecerán una crónica debilidad identitaria, que los hará más dispersos que diversos y presa fácil de intereses foráneos. Reivindicar nuestras raíces originarias debe trascender las demagógicas poses indigenistas y los esnobismos pequeñoburgueses que utilizan lo indígena para saciar vanidades intelectuales. Vayamos al compartir una cosmovisión signada por esos tres grandes fundamentos filosóficos, como son la ética ecológica, la veneración del antepasado y la noción colectiva de la propiedad

Es tiempo de reivindicar la Doctrina Bolivariana como la mejor guía para la descolonización, con sus tres columnas ideológicas: anticolonialismo-antiimperialismo, igualdad establecida y practicada, y modelo sociopolítico compuesto por república democrática, buen gobierno y ciudadanía.

La decisión del CLEZ va en la dirección correcta de rescatar la épica del pueblo añú originario del lago Maracaibo (Tinaja del Sol), así como los iconos que representan nuestras mejores cualidades como pueblo de Nigale, Urdaneta y Ana María Campos.

Me atrevería a recomendar, como lo hice en enero al alcalde del Municipio Lagunillas, acompañar esta iniciativa con una campaña formativa e informativa en el seno de la comunidad, para estimular la cabal comprensión del acto legislativo.

Paraute es el nombre original de ese lugar que conocíamos como Lagunillas de Agua y que la dictadura petrolera de Eleazar López Contreras renombró para homenajear al primer invasor europeo que intentó apoderarse del lago Maracaibo. Eso sí, nunca se plantearon homenajear a los originarios parautanos que desde tiempos inmemoriales vivieron en esas orillas y que son los legítimos dueños de la patria lacustre: los añú.



Peor aún, ese imperialismo petrolero voraz desde sus inicios, incendió Paraute el 13 de noviembre de 1939 para desplazar forzosamente a sus pobladores y apoderarse del estratégico espacio con pozos de petróleo liviano y acceso a puerto. Las víctimas de aquel genocidio no las contaron, ni menos las dignificaron.



Rescatar el nombre de Paraute es apenas un gesto simbólico de hacerle justicia a quienes habiendo sido martirizados en la hoguera inclemente, no tuvieron derecho ni siquiera a ser recordados.



Yldefonso Finol
Cronista de Maracaibo   
         



Sólo la verdad histórica forma pueblos libres.