Por amor a la justicia: Discurso del PhD. Ángel Viloria Petit con motivo de la inclusión de Humberto Fernández-Morán Villalobos al Panteón Nacional. 17 de marzo 2025.
Humberto Fernández-Morán, en realidad Humberto
Avelino Fernández [Villalobos], fue un niño prodigio, un
estudiante aventajado hechizado por la ciencia, y finalmente un pensador, un
creador que brilló con una intensidad difícil de igualar. No fue que pasara de
una etapa a otra, sino que a lo largo de la vida acumuló facultades. Su
genialidad consistía principalmente en la rapidez con que aprendía y en su
originalidad creativa. Su vitalidad fue tan enigmática como su presciencia, que
es la rara capacidad de conocer o presentir lo que aún no ha sucedido. Esta
visión hacia el futuro lo distinguió como descubridor e inventor. Estuvo
siempre un paso por delante.
Venezolano ante toda circunstancia, nació en Maracaibo el
18 de febrero 1924 y murió en Estocolmo un 17 de marzo de 1999, hace hoy 26
años. En un testamento escrito pidió la posibilidad de ser sepultado al lado de
su padre, Luis Felipe Fernández-Morán, pero poco antes que se apagara su luz
imaginó a su poderosa manera de presagio, merecer un honor superior, reposar en
este solemne panteón. También es un honor inefable para mí, estar presente hoy,
en este lugar, y relatar alguna historia para justificar su causa y defender su
derecho al desagravio.
Sus cenizas pasaron un año en Escandinavia, con su esposa
Anna Browallius, quien diligentemente las llevó a Maracaibo. Allá estuvieron
25 años pagando promesa al padre amado en el mausoleo familiar del Cementerio
El Cuadrado, y hoy el estado venezolano en justo reconocimiento a sus humanos
logros y a los servicios prestados a este país y al mundo, ha decidido
recibirlo con honores y gloria en el recinto donde se reúnen los grandes de la
historia de la República Bolivariana de Venezuela.
En representación del pueblo de Maracaibo, de la región
zuliana y de la entera y brava nación venezolana traigo los agradecimientos al
Gobierno Bolivariano de Venezuela, especialmente al ciudadano Presidente de la
República Nicolás Maduro Moros, a la ciudadana Ministra del Poder Popular para
Ciencia y Tecnología y Vicepresidenta Sectorial de Ciencia, Tecnología y Salud,
Gabriela Jiménez y a los miembros de la Asamblea Nacional de Venezuela por la
consideración razonada y la aprobación de este gran acto de justicia para
exaltar la figura del sabio Doctor Humberto Fernández-Morán, médico, biofísico,
investigador científico, profesor, microscopista electrónico, inventor,
tecnólogo, humanista y civilizador.
De sus prolíficos 75 años de vida, Fernández-Morán dedicó
solamente tres, de abril de 1955 a enero de 1958 al proyecto que cambió la
historia de la ciencia y la tecnología en Venezuela, la creación y
establecimiento del Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones
Cerebrales (IVNIC), el cual devino en Instituto Venezolano de Investigaciones
Científicas (IVIC) en 1959. Es posible afirmar que el IVIC a su vez sembró
directamente las semillas del Instituto Tecnológico Venezolano del Petróleo
(INTEVEP, en 1974), el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA, en 1979), la
Fundación Instituto de Ingeniería para Investigación y Desarrollo Tecnológico
(FII, en 1980) y la empresa biotecnológica Quimbiotec (en 1988). Un impacto
notable en la institucionalización de la ciencia y la tecnología en Venezuela.
La
idea del IVNIC es una anticipación preclara a las tendencias actuales de la
ciencia vanguardista, el inminente desarrollo de las neurociencias, la
exploración del cerebro humano, la interacción de los seres vivos con las
máquinas, conocida como cibernética y la inteligencia artificial. Su proyecto,
que contemplaba en anexo un hospital para estudiar y tratar enfermedades
cerebrales fue publicado con muchas precisiones en la revista Acta
Científica Venezolana en 1950. Fernández-Morán tenía 26 años y estaba en
Suecia, cursando estudios doctorales. La idea fue recibida con recelo por una
parte de la comunidad científica venezolana y en un artículo posterior fue
considerada como desmesurada e inapropiada para el país por el propio editor de
la revista, Francisco de Venanzi. Sin embargo, hacia 1952 llamó la atención de
algunas autoridades gubernamentales, particularmente los Dres. Pedro Gutiérrez
Alfaro (Médico Obstetra, Ministro de Salud 1952-1958) y Edmundo Luongo Cabello
(Ingeniero Petrolero, Doctor en Ciencias Físicas y Matemáticas, Ministro de
Energia y Minas 1952-58). Al final de sus estudios doctorales, Fernández-Morán
es llamado al país y con el apoyo definitivo de Gutiérrez Alfaro logran la
aprobación de la Presidencia de la República y la asignación de fondos para
iniciar la ambiciosa obra civil. Llama la atención que en tan corto tiempo se
abrieran las vías, se iniciara y culminara la construcción de la primera etapa
del instituto, totalmente autosuficiente en el suministro de energía y agua, se
adquirieran en el extranjero equipos e instrumental de alta tecnología, se
instalaran talleres especializados, se construyeran otros equipos in situ,
se iniciaran las labores de investigación y producción tecnológica, por
ejemplo, el taller de producción de cuchillas de diamante, invención y patente
de Fernández-Morán que data de antes de 1953, y que representó el mayor avance
de la ultramicrotomía, imprescindible para el desarrollo de la microscopía
electrónica. Aún así, se contrató personal de todos los oficios y disciplinas,
se iniciaron investigaciones, se obtuvieron resultados y se publicaron
artículos en prestigiosas revistas científicas que los reportaban a la
comunidad mundial de especialistas.
En
esos años el prestigio de Fernández-Morán, la mejor medalla que puede aspirar
un investigador científico, se incrementó vertiginosamente. Se conocen muchos
detalles de esa historia, imposibles de repetir en este momento.
En
todos los ámbitos sociales, el éxito suele ser genuinamente reconocido. Las
sociedades científicas cuentan con una estructura de valores en donde
idealmente el éxito puede ser medido por la importancia relativa, la calidad y
el alcance de los descubrimientos, y existen mecanismos de reconocimiento y
recompensa, financiamientos, premios, títulos honoríficos, particularmente
desde que la ciencia se institucionalizó a través de sociedades de intercambio
de conocimiento entre pares y de organizaciones de carácter complejo como
universidades o institutos concebidos especialmente para la práctica de la
actividad científica. Esta actividad, por consenso, se considera buena para el
progreso humano, aunque frecuentemente los personajes más siniestros de la
narrativa de ficción aparezcan representados como científicos locos,
psicópatas, genios desprovistos de juicio, deficientes o carentes de moral.
Creo que esta noción del científico loco nace del temor que genera la
expectativa de la manipulación inadecuada o desmedida de la naturaleza, sus
elementos y de las fuerzas o energías contenidas en ella. Básicamente es una
idea asociada al instrumento peligroso que puede ser la ciencia en poder de la
perversidad humana. En la mitología clásica griega existe un personaje
femenino, Némesis, quien detestaba la perversidad humana y representaba
el sentimiento moral reprobatorio de la violencia y el exceso, convirtiéndose
así en la diosa de la justicia retributiva y de la venganza. Por alguna razón
al personaje antagonista de cualquier exceso, en este caso el exceso de éxito
suele llamarse Némesis.
Por
el aislamiento geográfico del IVNIC y la idea de su líder obseso y realmente
inmerso en el empeño de cumplir sus metas, empezó a prefigurarse por primera
vez en Venezuela la idea del científico loco, especialmente entre antagonistas
y burlones. El gran éxito inmediato de Humberto Fernández-Morán encontró su
némesis no en viejos enemigos ni entre los grandes hombres de ciencia de otros
países que competían fuertemente en ese momento por lograr los descubrimientos
más notables en neurología y microscopía electrónica, sino entre sus propios
colegas de Caracas, particularmente alguien a quien él consideraba un verdadero
amigo. En la medida en que se incrementaba el éxito del sabio creador y el
prestigio de la institución que había fundado también se estaban fermentando,
no muy lejos de ese Olimpo de los Altos de Pipe, sentimientos antagónicos que
se nutrieron de las aversiones al apoyo prácticamente ilimitado que recibía
Fernández-Morán de un gobierno considerado de facto y dictatorial. En la
transferencia de la tradición de los mitos helénicos a la cultura romana pesa
en Némesis no sólo la representación de la venganza divina, sino además
la confluencia de los celos, surgiendo así el personaje equivalente, de mayor
complejidad, la poderosa diosa Envidia.
Llegado
el momento de la desgracia, por la razón que sea, al final drástico que tuvo el
gobierno de Marcos Pérez Jiménez, sobrevino la defenestración de Fernández
Morán, quien además hacía muy poco había aceptado la cartera del Ministerio de
Educación en el más complejo escenario imaginable de agitación estudiantil,
disturbios callejeros y caos. Por haber vivido la experiencia de la gran guerra
en la Alemania nazi, la sociedad caótica no le era desconocida. Vale la pena
citar un breve pasaje de su alocución ministerial transmitida por la radio por
lo menos en la zona central del país:
A los padres de los
estudiantes, que cumplan con el deber de mentores a quienes ha de preocupar la
continuidad en la formación de sus hijos, y con el de ciudadanos que por la
madurez de juicio, están en la obligación de velar por la consolidación de la paz
social.
A estos padres de familia les
pido que colaboren con las autoridades para evitar que sus hijos sean víctimas
de los agitadores profesionales, quienes saben crear situaciones de peligro
pero no dan el frente en el momento decisivo.
No emitiré otros comentarios, excepto que el
mensaje, prácticamente estéril en ese momento, tuvo toda la intención de
concertación y paz. Después de 70 años queda claro que vivimos en el mismo
país.
En medio del momento político, Fernández-Morán vio difuminarse
cualquier posibilidad de negociación para poder permanecer en el instituto. Sin
embargo, su prestigio como científico era tan grande que el ministro de salud
recién nombrado tardó en manifestar opinión, y más en tomar una decisión al
respecto, por no encontrar elementos de juicio suficientes.
Citaré un comentario del hermano del sabio, Tito
Fernández-Morán, rememorando aquellos momentos angustiosos: Humberto, no hallan que hacer con vos.
Hablaré con voz propia por el testimonio que escuché del
Dr. José Vicente Scorza hace dos décadas y por documentos que leí varias veces
en los repositorios del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.
Existen dos informes preparados para descalificar a Fernández-Morán, el
primero, elaborado diligentemente, quien sabe si con antelación al 23 de enero
de 1958, por los miembros de la Fundación Luis Roche, fue entregado
confidencialmente al recién nombrado ministro de sanidad de la junta de gobierno
de Larrazábal. El emisario fue el propio Scorza, quien declararía cincuenta
años después haber sido usado y sentirse arrepentido. Ese informe sirvió para
justificar la destitución del creador y director fundador del IVNIC. Hasta
ahora nadie lo menciona, está perdido. Urge mucho localizarlo, por amor a la
justicia. Debe existir copia en algún archivo ministerial o de quienes lo
redactaron, designados en los próximos meses por sendos decretos, el uno Rector
de la Universidad Central de Venezuela y el otro, Director del Instituto
Venezolano de Investigaciones Científicas.
El segundo informe es bien conocido, su contenido nunca
fue confidencial, sino concebido a propósito por la comisión asesora del IVNIC
como una colección de entrevistas a los trabajadores del instituto para
propagar la infamia. Tal expediente no cumple las condiciones mínimas para
acusar y enjuiciar (el acusado estaba ausente y sin derecho a la defensa). No
es un documento objetivo, mucho menos científico. Es un reporte de
percepciones, maniobra que por cierto se usa mucho en la actualidad para
generar falsas estadísticas, especialmente ahora cuando las redes sociales
permiten alterar la percepción individual y colectiva de la realidad. En el
mínimo universo de encuestados no hubo otro recurso que el de la coacción. Es
muy claro, todos eran empleados del IVNIC, atemorizados o por lo menos
desconcertados, testigos de la destitución reciente. Algunos de ellos ya se
habían ido del país voluntariamente, asumiendo que serían despedidos, aunque la
versión propagada es que se fueron hastiados del trato que recibían, se les
pidió retornar y fueron interrogados inmediatamente después del reenganche. Ese
fue el caso de Gunnar Svaetichin y Genot Bergold. Allí se acusó a
Fernández-Morán de autocracia, autoritarismo y abuso en la exigencia laboral de
los trabajadores, de tener mal genio, y otros rasgos de personalidad prepotente
que fueron mucho más comunes en los años que han seguido, no solo entre algunos
directores, jefes de centros y departamentos del IVIC, sino también entre
investigadores sin autoridad formal. Muy poco o nada se dice sobre presuntas
faltas graves a la institucionalidad o a la ética científica. Tampoco se evalúa
seria y objetivamente el alcance de la obra adelantada en esos tres años por
Fernández-Morán, tanto en lo científico como en lo institucional. Ya no se
trataba de castigar al acusado sino de desacreditar su imagen de una forma que
se antoja ridícula.
En
la actualidad un informe de esa naturaleza se consideraría un monumento al
cotilleo y la chismografía criolla. Podría denominarse el hazmerreir de la
historia de la ciencia venezolana si no fuera porque de allí desprenden otras
difamaciones que empezaron a circular con tal persistencia, como aquella
propagada por Marcel Roche de que Fernández-Morán era un mitómano, versión que
hasta el mismo General Pérez Jiménez se creyó en años posteriores.
Mucho ha dado que hablar también la cínica invención del
apodo “brujo de Pipe”, absolutamente mal intencionada. Fue sin duda, una creación desafortunada
del humanista y escritor venezolano Mariano Picón Salas, educado en Chile, donde la palabra brujo equivale a
charlatán. Es un parafraseo del apelativo aplicado al exitoso inventor
estadounidense Thomas Alva Edison, “The Wizard of Menlo Park”, donde la palabra
“wizard” traduce mejor como “mago”. Esto lo conocía bien Picón Salas, quien
había sido profesor universitario en los Estados Unidos. Se refirió a
Fernández-Morán con esta frase en
un programa de televisión y en un artículo publicado en un conocido diario
capitalino.
Todos estos son asuntos insignificantes frente a la
sólida obra científica que desarrollaría Fernández-Morán en las décadas
siguientes como investigador y profesor en el Instituto Tecnológico de
Massachussetts y particularmente en la Universidad de Chicago, donde
probablemente tuvo sus mejores logros como investigador, y de donde salió
retirado en 1986 habiendo sido el Director Fundador del
Laboratorio de Microscopía Electrónica del Instituto Fermi dedicado al estudio
de la superconductividad y la óptica electrónica a temperaturas ultrabajas
(criomicroscopía electrónica).
Las
postulaciones de Humberto Fernández-Morán como candidato al Premio Nobel de
Fisiología y Medicina ocurrieron a finales de la década de 1960. Es un tema que
hay que investigar un poco más a fondo, porque no fueron iniciativas
venezolanas, sino propuestas que hicieron colegas y colaboradores desde otros
países que juzgaron muy meritorias entre otras, sus invenciones e innovaciones,
como lo fue la cuchilla de diamante y varias otras mejoras tecnológicas
relacionadas con el desarrollo y perfeccionamiento de la microscopía
electrónica. Un requisito para elevar la posibilidad de ganar tan prestigioso
premio es el apoyo de la academia de ciencias del país de la nacionalidad del
postulado. Fernández-Morán fue individuo de número de la Academia de Ciencias
Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela desde 1953 y sin embargo no
recibió el apoyo de esta organización, inclinada en cambio a apoyar la paralela
candidatura de Marcel Roche al premio Nobel, la cual si se envió desde
Venezuela en los mismos años, y con menos posibilidades de ganar por el tipo de
alcance de su obra científica. Los eruditos en arte, quienes saben identificar
los rasgos de estilo, pincelada, técnica de los grandes maestros suelen
descartar las obras que no son auténticas atribuyéndolas a “una mano menor”. Aquí vale la comparación: de aquella
generación de científicos en Venezuela, Fernández-Morán era el gran maestro, el
Da Vinci, el Raffaello, el Goya, los otros, manos menores.
Fue
un desatino de la academia de ciencias no apoyar oportunamente a
Fernández-Morán. En 1967, cuando esa institución cumplía 50 años, ya empezaba a
dar muestras insanas de politización. Esta orientación tendenciosa se ha
exacerbado para desvirtuar la naturaleza, el espíritu y la misión de la
institución, la cual ha perdido sus capacidades de organismo asesor. Hace daño
al país usando un nombre muy grande que desorienta al mundo en cuanto a darse
autoridad, sin tenerla, firmando más pronunciamientos politiqueros que trabajos
científicos. En un país como Venezuela, de treinta millones de habitantes, una
academia cuyo estatuto no permite sino treinta individuos de número, muchos de
los cuales o viven en el extranjero o no realizan actividades académicas, tiene
menos peso que un equipo de baseball.
No tuve la fortuna de conocer personalmente a
Fernández-Morán. Me he acercado a algunos de sus familiares y amigos, de
quienes he podido recabar información anecdótica muy interesante que revela la
dimensión humana del personaje. He interactuado con casi todos sus biógrafos, y
los estudiosos de su copiosa obra científica, bastante especializada para ser
entendida sintéticamente. No voy a ser capaz de enumerarla hoy. No la comprendo sino a través de la interpretación de
estas personas.
Por misteriosas vías me ha tocado no pocas veces, como hoy, estar ante la presencia espiritual del sabio, de su obra, de su legado intelectual y material. Hace como 20 años la Fundación Editorial Salesiana publicó un libro infantil sobre la vida de Humberto Fernández-Morán, una biografía alegórica, con bonitas ilustraciones. Allí aparece el sabio rodeado de mariposas marrones en los bosques de Altos de Pipe, con mención de estos insectos en el texto. Siendo aquellas mi objeto de estudio y esas montañas mi sitio de trabajo, me quedé pasmado cuando tuve en mis manos ese trabajo casi desconocido de Marlene Arteaga Quintero y Vanessa Balleza. En aquel momento pensé que era el más esotérico de todos los acercamientos que había tenido hacia esa figura. Sin embargo, parece ahora un hecho más impenetrable y oculto poder acompañarlo junto a esta distinguida audiencia al destino de paz que le esperaba, finalmente, después de su último y más largo exilio.
¿Por qué hablo del último exilio? A los cinco años fue llevado a vivir con su familia en el populoso barrio del Bronx, ciudad de Nueva York, a orillas del río Harlem destino predilecto de los inmigrantes pobres del mundo. El Bronx fue particularmente afectado por el crash económico de 1929, y la orden del día en esos años fue el cierre de fábricas, las huelgas de trabajadores, el desempleo y la pobreza. Se vivía en medio del sufrimiento generalizado y había malestar social.
Los programas gubernamentales proporcionaron puestos de trabajo. Las autoridades del condado organizaron un programa de huertos comunitarios, las emblemáticas Soup Kitchens, lugares donde se cocinaban y repartían sopas gratis, bien representadas en fotografías de época por las largas filas de gente harapienta, sin nada que envidiar a los escenarios críticos de hace pocos años en la Venezuela saboteada por banqueros, empresarios y especuladores. Ese era el espectáculo de la calle a la salida de la populosa escuela pública DeWitt Clinton, donde empezó la primaria el niño Humberto Avelino en 1930.
Regresar a Maracaibo, la sofocante ciudad caribeña y polvorienta, la de las cañadas insalubres y los niños barrigones de 1936, seguramente fue una bendición. Los que vendrían fueron sus dos años más felices. Es confiado por sus padres a un tutor alemán de 80 años que lo lleva a su país para ingresarlo a la Comunidad Escolar Libre de Wickersdorf. Aunque acababa de empezar la guerra en el momento en que empieza la carrera de medicina en la Universidad Ludwig-Maximiliam de Munich, no entenderá mucho de ella sino cuando encuentra la ciudad bombardeada por primera vez al regresar de unas vacaciones en el trópico en 1940. La gravedad de su circunstancia y pobreza determinan su cambio de carrera, de física y matemáticas a medicina, entre otras cosas para poder comer en el hospital donde trabaja. Quedan a la vista los horrores de la guerra.
A los veinte años se gradúa de médico con los más altos
honores, entre ataques aéreos que ya han hecho estragos en la ciudad. El 13
de julio de 1944 la Universidad en Munich es destruida por las bombas. La
universidad estuvo cerrada hasta 1946. Su familia lo dio por muerto. Pero se
había movilizado a la capital unas semanas antes. Su movilización inmediata a
Berlín fue mediada por la colaboración de un compañero de dormitorio, alemán,
quien recomendó al venezolano ubicar a su madre en la capital y en una gestión
que valdría la pena documentar mejor, se presenta en la Embajada de Suiza en el
momento en que la Cruz Roja Internacional gestionaba con prisa una evacuación
de víctimas de guerra. Es canjeado el 31 de julio por un prisionero alemán y
remitido a España con grandes dificultades. Fue la última operación humanitaria
que pudo hacer la Cruz Roja en Alemania antes del final de la guerra. Hará
escala en Estados Unidos y Curazao, antes de completar el ciclo de su segunda
larga ausencia de Maracaibo. Su temple es ahora el de un joven maduro, lleno de
independencia y coraje, que no experimenta ningún tipo de complejo ante los
extranjeros. Sin embargo, sigue siendo menor de edad.
Pronto
revalida su título en la Universidad Central de Venezuela viaja a Estados
Unidos, y recibe entrenamiento de neurocirugía en la Universidad George
Washington, visita a Albert Einstein en su residencia en Princeton, New Jersey,
ocasión que marcará el rumbo de sus estudios de posgrado en Suecia. En 1946 se
encuentra en Maracaibo realizando cirugías cerebrales a pacientes
psiquiátricos. Cuando se reabre la Universidad del Zulia ya no está en la
ciudad. Se dirige a Estocolmo a iniciar estudios de posgrado. Lo demás ya es
historia conocida.
Los
profesores Rafael Molina Vílchez y Jorge García Tamayo están próximos a
publicar una extraordinaria biografía crítica de Humberto Fernández-Morán.
Encuentro en ella bastante novedades. No hay tiempo ni he pedido permiso para
comentarlas, pero es realmente asombrosa la precocidad del sabio venezolano.
Sus experimentos para desarrollar la cuchilla de diamante datan de 1948, cinco
años antes de que la patentara por primera vez. Detrás de la costosa empresa
estaba en Maracaibo Don Luis Felipe, papacito, el padre comprador de diamantes,
quien fallece ese año, todavía muy joven.
Cuando
lo alcanza su hijo en 1999, la mala noticia nos llegó con sordera, desde lejos,
con poco ruido. Aún más silenciosa fue la repatriación de sus cenizas y su
inhumación. Amnesia colectiva, nadie recuerda bien ¿Cómo es posible que no
hubiera un registro confiable en internet?.
Logramos conocer la fecha precisa gracias a las gestiones del doctor Jesús
Ángel Semprúm Parra en el Acervo Histórico del Estado Zulia. Esta semana
pasada, prácticamente todo el personal del Ministerio de Ciencia y Tecnología
se entregó en cuerpo y alma a la compleja y costosa labor de dirigir la
exhumación, las exequias y los honores correspondientes en Maracaibo. El profesor José Lares, sensiblemente extenuado, me
expresó su satisfacción sobre las emotivas acciones de estos días en Maracaibo,
resaltando que no pasaran desapercibidas y señalando la importancia de que
fuera una celebración de participación popular.
Aparte
de la contribución que con entrega y amor hizo a este país, nuestro científico
regionalista, venezolanista, pacifista y fervorosamente bolivariano, cuenta su
resistencia estoica al maltrato inmerecido, como una muestra universal de
dignidad.
Recibí
una vez esta frase en latín, para leerla y darle significado en esta ocasión:
Vere
dignum et iustum est, æquum et salutáre, nos tibi semper et ubíque grátias
ágere
En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, dar
gracias en todo momento y todo lugar.
Muchas gracias!
.....
Desde Clorofilazul, desde nuestra más afectiva manifestación de orgullo zuliano y venezolano y desde la vehemente conmoción humana ante la vida y obra desplegada por el sabio Dr. Humberto Fernández Morán Villalobos aplaudimos este histórico acto de reivindicación histórica por amor a la justicia en el marco de un Proyecto Histórico Nacional Bolivariano y Chavista. Hacemos la importante salvedad a los gentiles lectores que este discurso, tal y como acá se presenta y se puede leer, fue suministrado por el mismo Dr. Viloria Petit con quien trenzamos afectuoso vínculo humano reflexivo y militante. Aclaramos que este importante discurso que se lee es la versión íntegra que, por razones de tiempo, tuvo que ser resumido durante la transmisión, en cadena nacional a toda la República Bolivariana de Venezuela, del acto del lunes 17 de marzo de 2025. Celebramos pues este momento, estos esfuerzos colectivos para desfacer entuertos y difamaciones hijas de la envidia y la tozudez. Creemos en el "peso de lo histórico" como latencia que labra porvenires desde historias humanas que merecen ser ensanchadas, salvaguardadas del óxido de la maledicencia y la mala praxis. Agradecemos a la Ministra de Ciencia Tecnología e Innovación Dr. Gabriela Jiménez por esta pujanza y esta porfía de ternura y vitalidad, de futuro e independencia que nos obliga desde el gozo creador y curioso a dar más y a sumar más para la suprema felicidad que merecemos en Venezuela, Nuestramérica y el mundo entero.