jueves, julio 20, 2006

Tanta muerte, tanto grito deseperado en el Oriente Medio, en el Planeta Azul, en uno mismo

No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra
ni a oler la espiga
ni a cantar himnos.
Sabrá que no hay arroyos cristalinos
ni agua clara que beber.
Su mundo será de aguaceros infernales
Y planicies oscuras.

De gritos y gemidos
de sequedad en los ojos y garganta
de martirizados cuerpos que ya no podrán verlo ni oírlo
Sabrá que no es bueno oír las voces de quienes exaltan el color del cielo.

Lo llevaré a Hiroshima. A Seveso. A Dachan.
Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror
y escuchará con pena al pájaro que canta,
la risa de los soldados
los escuadrones de la muerte
los paredones en primavera.

Tendrá la memoria que no tuvimos
y creerá en la violencia
de los que no creen en nada.


Los paredones de primavera.
Pocas Virtudes.
Miyó Vestrini. 1986.
Venezuela.