Perijá para la vida o la cotidiana y humana lucha por la coherencia.
Al firmar convenios internacionales relacionados con la defensa medioambiental, nuestro país refirma su convicción de país hermanado a la idea de un planeta menos deteriorado que pueda dar abrigo a más almas e ideas para que la vida sea vivible y se concrete la aspiración tan demandada por la humanidad que no es menos que la concordia y el asombro de habitar este cosmos tan frágil y único.
Pero se firma por convicción y no por abultar más un escenario donde incluso la mercadotecnia habla bondades del ecosistema planetario. Se firma como nación sabiendo que las rasgaduras y las bonanzas del petróleo no terminan de fortalecer la idea de republicanos educados en la tolerancia y la solidaridad. La rúbrica asentada en estos convenios y protocolos medioambientales entiendo que ha debido pasar por hacer un justo balance del país que somos, por entender que aun entrado el siglo veintiuno el estado entiende al subsuelo como “vientre dorado” y no como ente vital.
Se sabe desde la investigación científica, que en nuestro territorio se conjugan interesantes ecosistemas que posibilitan despliegues inéditos de fuerzas evolutivas y que todas estas extensas zonas refulgen de energía viva en dinámica transformación, respirando, transpirando, recorriendo, adivinando el cosmos desde sus sensibles perspectivas.
Este país megabiodiverso se hace responsable de la maravilla biológica que alberga al decretar parques nacionales con la intención primordial de distanciar la errada maniobra suicida del hombre empecinado en crecer desde su unicidad y su ególatra presencia.
Este país ha reservado espacios geográficos de su extenso territorio para posibilitar ingeniosos encuentros del ser humano con su natural origen pero, en estos actuales momentos, sigue enhebrando tensiones a futuro al desconocer realidades de gravedad creciente y al dilatar respuestas a colectivos indígenas que hacen vida desde antes que la aparición del Estado, en la muy maltratada Cuenca del Lago de Maracaibo.
Cuando aparece la posibilidad constitucional que consagra los derechos de los pueblos indígenas así como los derechos ambientales nuestro país refirma su convicción de país hermanado a la idea de un planeta menos deteriorado que pueda dar abrigo a más almas e ideas para que la vida sea vivible y se concrete la aspiración tan demandada por la humanidad que no es menos que la concordia y el asombro de habitar este cosmos tan frágil y único.
Y entonces la participación y la organicidad fluyen desde estas tierras noroccidentales del país; se arraiga el deseo de ver ganada por lo menos una de las batallas al empuje incesante del “armatoste del progreso” y se fortalece la digna idea de protagonizar cambios que hagan virar el viaje hacia derroteros que huelan menos a hidrocarburos y se parezcan más a la siembra sana, diversa, plural.
Si se asume que el Estado somos todos y que la aparición de nuevas luchas reforzarán la demanda ancestral de tierras para los habitantes originarios, no cuesta creer que todo esto que trato de decir se sustenta en la idea lógica de ser humanos, de hacer justicia en donde no la habido, de hacer la revolución desde la convicción digna de que la mejor manera de decir es hacer.
Si la coherencia se asume como horizonte y hacia allá se dirige la guía y se orientan los esfuerzos colectivos ¿por qué no termina de asumirse el grave ensayo economicista de las empresas mineras trasnacionales interesadas en el carbón del suelo perijanero como uno de las dentelladas que más tensionan y despedazan el ideal de cambios sinceros que como nación nos dimos constitucionalmente?
Si se apela a la denuncia se constata con asombro que institucionalmente todavía el tabú impera y la ignorancia sigue siendo aliada del ecocidio y el genocidio, pues no nada más se denuncia en esta zona el aniquilamiento sistemático de la diversidad biológica presente (y aun no estudiada) así como del tema insoslayable del agua que fluye a importantes localidades, sino que se estaría arremetiendo contra cuatro maneras de percibir el cosmos, cuatro etnias indígenas que aún, pese al oprobio, permanecen en resistencia frente a estas inmensas contradicciones que no terminamos de asumir.
Si se denuncia con cifras y se apela a la puesta en marcha de reconsideraciones sobre este programa desarrollista, si se generan alternativas con la debida humildad pareciera internarse la diatriba a una hondura de silencios, de incertidumbres que sólo aprovechan los interesados en el lucro mineral.
Si la idea es convocar voluntades y manifestar descontentos, si el hecho de mutar, leer y amar se funde en la voluntad de querer para el prójimo lo mejor, la sonrisa. Si se piensa en la piedra que era Cristo, en sus llagas y en su discurso antiimperialista; si se asume a Simón Rodríguez en su originario asombro por esta América que aun puede ser desde la invención cotidiana y el atrevimiento digno; si recordamos a Sucre, el José Antonio que ha dado nombre a la lealtad más fecunda y posible del ideario bolivariano; si entendemos la humedad en el sufrimiento de los besos y la pulmonía del Bolívar Cóndor que es la Patria Grande, la térrea y polvorienta, la andina, selvática, caribe y oceánica patria grande, no queda más que ir en contra de los que se hacen acreedores de una idea digna por el solo hecho de saberse amigo de un color, de una división o de un feudo.
Si se han tocado las piedras y se ha visto la flema del niño que apenas si entiende de toneladas métricas de carbón. Si se ha escuchado el testimonial indigno que la polvorienta negrura del mineral deja tras de sí. Si en medio de luciérnagas en convites plurales hemos sentido que Perijá es para la vida y jamás debe horadarse con idea alguna de insostenible proceder.
Si se cree en la emancipación y en el imperio de las leyes, toca revisar los latidos y someterse (como muchos iluminados luchadores del planeta) al descrédito más común que regalan con facilidad criminal los “ostrones tecnócratas de todas las horas”, ese que relaciona la pasión por la verdad y la humedad vital, ese que hace de la lucha por la ecología y los derechos humanos (temas indisociables) la manera más fácil de ejercer el atraso y la derrota del “indetenible progreso”. Se asume pues este descrédito.
Este dolor se hace signo y se multiplica en la mirada y en el accionar que no cesará hasta convertir las alternativas en verbo creador, orgánico. El Estado está sumando voluntades, muchas más. El Gobierno, actual equipo que juró darle al soberano la mayor de las supremas felicidades, debe en serena mirada a la historia que nos hace, reflejar sus intenciones y definir, por vez primera, el ejercicio más liberador de todos a los que puede aspirar gobernante alguno: liberar de armatostes, es decir, de falsas concreciones industrializantes, la curva y húmeda expresión de la vida hecha indígena y serranía.
Esto, Gobierno, sin la menor de las dudas, se hace fácilmente.
La historia los respaldará con su humano rostro hecho pueblo, hecho posibilidad futura. Interesante será ver cómo hurgan sus cuadriculados sentires los terrófagos de siempre.
Con la dignidad encima, y la ferviente esperanza en lo posible.
Nicanor Alejandro Cifuentes Gil.
C.I. 14. 208.465.
Biólogo/ Maestrante en Ecología Acuática
Docente UBV-Zulia. P.F.G. Gestión Ambiental
"La mejor manera de decir es hacer"
José Martí.
Pero se firma por convicción y no por abultar más un escenario donde incluso la mercadotecnia habla bondades del ecosistema planetario. Se firma como nación sabiendo que las rasgaduras y las bonanzas del petróleo no terminan de fortalecer la idea de republicanos educados en la tolerancia y la solidaridad. La rúbrica asentada en estos convenios y protocolos medioambientales entiendo que ha debido pasar por hacer un justo balance del país que somos, por entender que aun entrado el siglo veintiuno el estado entiende al subsuelo como “vientre dorado” y no como ente vital.
Se sabe desde la investigación científica, que en nuestro territorio se conjugan interesantes ecosistemas que posibilitan despliegues inéditos de fuerzas evolutivas y que todas estas extensas zonas refulgen de energía viva en dinámica transformación, respirando, transpirando, recorriendo, adivinando el cosmos desde sus sensibles perspectivas.
Este país megabiodiverso se hace responsable de la maravilla biológica que alberga al decretar parques nacionales con la intención primordial de distanciar la errada maniobra suicida del hombre empecinado en crecer desde su unicidad y su ególatra presencia.
Este país ha reservado espacios geográficos de su extenso territorio para posibilitar ingeniosos encuentros del ser humano con su natural origen pero, en estos actuales momentos, sigue enhebrando tensiones a futuro al desconocer realidades de gravedad creciente y al dilatar respuestas a colectivos indígenas que hacen vida desde antes que la aparición del Estado, en la muy maltratada Cuenca del Lago de Maracaibo.
Cuando aparece la posibilidad constitucional que consagra los derechos de los pueblos indígenas así como los derechos ambientales nuestro país refirma su convicción de país hermanado a la idea de un planeta menos deteriorado que pueda dar abrigo a más almas e ideas para que la vida sea vivible y se concrete la aspiración tan demandada por la humanidad que no es menos que la concordia y el asombro de habitar este cosmos tan frágil y único.
Y entonces la participación y la organicidad fluyen desde estas tierras noroccidentales del país; se arraiga el deseo de ver ganada por lo menos una de las batallas al empuje incesante del “armatoste del progreso” y se fortalece la digna idea de protagonizar cambios que hagan virar el viaje hacia derroteros que huelan menos a hidrocarburos y se parezcan más a la siembra sana, diversa, plural.
Si se asume que el Estado somos todos y que la aparición de nuevas luchas reforzarán la demanda ancestral de tierras para los habitantes originarios, no cuesta creer que todo esto que trato de decir se sustenta en la idea lógica de ser humanos, de hacer justicia en donde no la habido, de hacer la revolución desde la convicción digna de que la mejor manera de decir es hacer.
Si la coherencia se asume como horizonte y hacia allá se dirige la guía y se orientan los esfuerzos colectivos ¿por qué no termina de asumirse el grave ensayo economicista de las empresas mineras trasnacionales interesadas en el carbón del suelo perijanero como uno de las dentelladas que más tensionan y despedazan el ideal de cambios sinceros que como nación nos dimos constitucionalmente?
Si se apela a la denuncia se constata con asombro que institucionalmente todavía el tabú impera y la ignorancia sigue siendo aliada del ecocidio y el genocidio, pues no nada más se denuncia en esta zona el aniquilamiento sistemático de la diversidad biológica presente (y aun no estudiada) así como del tema insoslayable del agua que fluye a importantes localidades, sino que se estaría arremetiendo contra cuatro maneras de percibir el cosmos, cuatro etnias indígenas que aún, pese al oprobio, permanecen en resistencia frente a estas inmensas contradicciones que no terminamos de asumir.
Si se denuncia con cifras y se apela a la puesta en marcha de reconsideraciones sobre este programa desarrollista, si se generan alternativas con la debida humildad pareciera internarse la diatriba a una hondura de silencios, de incertidumbres que sólo aprovechan los interesados en el lucro mineral.
Si la idea es convocar voluntades y manifestar descontentos, si el hecho de mutar, leer y amar se funde en la voluntad de querer para el prójimo lo mejor, la sonrisa. Si se piensa en la piedra que era Cristo, en sus llagas y en su discurso antiimperialista; si se asume a Simón Rodríguez en su originario asombro por esta América que aun puede ser desde la invención cotidiana y el atrevimiento digno; si recordamos a Sucre, el José Antonio que ha dado nombre a la lealtad más fecunda y posible del ideario bolivariano; si entendemos la humedad en el sufrimiento de los besos y la pulmonía del Bolívar Cóndor que es la Patria Grande, la térrea y polvorienta, la andina, selvática, caribe y oceánica patria grande, no queda más que ir en contra de los que se hacen acreedores de una idea digna por el solo hecho de saberse amigo de un color, de una división o de un feudo.
Si se han tocado las piedras y se ha visto la flema del niño que apenas si entiende de toneladas métricas de carbón. Si se ha escuchado el testimonial indigno que la polvorienta negrura del mineral deja tras de sí. Si en medio de luciérnagas en convites plurales hemos sentido que Perijá es para la vida y jamás debe horadarse con idea alguna de insostenible proceder.
Si se cree en la emancipación y en el imperio de las leyes, toca revisar los latidos y someterse (como muchos iluminados luchadores del planeta) al descrédito más común que regalan con facilidad criminal los “ostrones tecnócratas de todas las horas”, ese que relaciona la pasión por la verdad y la humedad vital, ese que hace de la lucha por la ecología y los derechos humanos (temas indisociables) la manera más fácil de ejercer el atraso y la derrota del “indetenible progreso”. Se asume pues este descrédito.
Este dolor se hace signo y se multiplica en la mirada y en el accionar que no cesará hasta convertir las alternativas en verbo creador, orgánico. El Estado está sumando voluntades, muchas más. El Gobierno, actual equipo que juró darle al soberano la mayor de las supremas felicidades, debe en serena mirada a la historia que nos hace, reflejar sus intenciones y definir, por vez primera, el ejercicio más liberador de todos a los que puede aspirar gobernante alguno: liberar de armatostes, es decir, de falsas concreciones industrializantes, la curva y húmeda expresión de la vida hecha indígena y serranía.
Esto, Gobierno, sin la menor de las dudas, se hace fácilmente.
La historia los respaldará con su humano rostro hecho pueblo, hecho posibilidad futura. Interesante será ver cómo hurgan sus cuadriculados sentires los terrófagos de siempre.
Con la dignidad encima, y la ferviente esperanza en lo posible.
Nicanor Alejandro Cifuentes Gil.
C.I. 14. 208.465.
Biólogo/ Maestrante en Ecología Acuática
Docente UBV-Zulia. P.F.G. Gestión Ambiental
"La mejor manera de decir es hacer"
José Martí.
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