miércoles, marzo 22, 2006

¿Burócratas ambientales en vías de extinción?


¿De qué difícil amarre, de qué extraños designios procederán los amagos y las desacertadas maneras de entender el flujo de los ríos, la clorofila de los mangles y la cosmovisión de los pueblos indígenas asentados en este espacio conocido como estado Zulia?

Aún cuesta zafarse de la peligrosa inercia que han dejado las redondeadas monedas del lucro. Priva en las cofradías de gerencia ambiental zuliana la acumulación ciega de información y las acciones no logran convencer y, mucho peor, no terminan de abrir las exclusas para el paso de aguas más oxigenadas, más sabias y más cercanas al padecimiento socioambiental de esta bioregión atestada de acre desarrollo.

Sin colectivo, sin contradicción ni pluralidad sólo “se cuecen las habas” de la inútil retórica, del lema que no traspasa las ganas de hacer en concreto por la gente y su entorno. Se evaden, desde las instituciones y desde el alma de quienes las pueblan, compromisos históricos y éticos, abonando así de más incredulidad la directriz que apuntaba hacia necesarias y urgidas transformaciones radicales de la problemática ecosistémica y sociocultural de este, nuestro Estado petrolero.

De este goteo de lágrimas y de esta lastimera sinopsis, sin duda, siguen beneficiándose los sectores llamados y obligados constitucionalmente a convocar a la ciudadanía al gobierno soberano de sus asuntos medioambientales. De esta paquidérmica y nefasta actitud sólo se benefician los desmovilizados ocupantes de cargos de trabajo en institutos como el ICLAM (Instituto para la Conservación del Lago de Maracaibo) y en el Ministerio del Ambiente. Digo se benefician pues, en medio de la debacle natural que todos estamos contribuyendo a acrecentar, ellos son los más cercanos a la promoción y activación de políticas verdaderamente innovadoras, que terminen de destronar la infinita modorra que todo lo pospone o lo hace “plan estratégico e integral de saneamiento lacustre” condenado a la extinción.

Mientras las trasnacionales carboníferas irlandesas, japonesas, chilenas, holandesas y estadounidenses ven servido el banquete para la exploración y explotación del mineral en suelo perijanero con el visto bueno del alto gobierno, en paralelo observamos con profundo horror patrio como nuestros hermanos indígenas ven dilatados en el tiempo los compromisos consagrados constitucionalmente de demarcación y respeto por sus tierras ancestrales. La acidificación de los ríos y mantos acuíferos así como la incrementada deforestación de las subcuencas de nuestro Lago de Maracaibo, pone en jaque el suministro de agua potable de los Municipios Mara, Maracaibo, Jesús Enrique Lossada y Miranda (en la Costa Oriental del Lago) al sedimentar nuestros embalses y al trastocar con minas a cielo abierto el ciclo natural del agua en la región.

Es asombrosamente invisible el accionar de nuestros fiscales ambientales y la contraloría se hace “agua y sal” toda vez que nuestros vecinos se organizan y denuncian y encuentran la inmensa e impotente pared del burocratismo y la insensibilidad propia de los desalmados “servidores públicos medioambientales” .

Este es nuestro estado, territorial, geográfico y mental: Socavado y expuesto al bisturí del corrosivo “progreso”. Estado que sólo conoce de estadísticas comerciales pero que nada comenta de las cosmovisiones y los modos de vida que se va llevando a la tumba con su ajetreado y estridente ritmo.

Las autoridades ambientales en la región al concentrarse en la actitud publicitaria y esnobista, ancladas en la fraseología de lo sustentable y en la estrechez de la “ciencia objetiva”, encandiladas con la cascada de lo inmediato y lo fútil, no están en capacidad humana, lo sabemos y padecemos, de asumir los costes naturales (y por ende humanos) de tanto oropel y tanto desorden en la planificación de nuestros frágiles espacios naturales. Siguen concentrando poder y alimentando nóminas de futuros embaucadores del tema ecológico.

Sin pluralidad, sin dinamismo y dialéctica, deberían necesariamente saberlo como autoridades centradas en la salvaguarda y manejo de los sistemas naturales, nada es posible para lograr definir y activar políticas ambientales. La gente seguirá frustrada y aquejada (como ahora) de tanta sordera gubernamental y comenzará por desbordar (sin duda alguna) y superar la muralla que se ha construido con el discurso encendido y el accionar apagado de las instituciones ambientales nacionales, regionales y locales.

Se hablan de planes y proyectos, de congresos y datos racionalmente integrados con la mejor de las intenciones y seguimos viendo como la industria camaronera, por ejemplo, descarga sin un control efectivo y propio de estos tiempos de tecnología, sus aguas residuales al cuerpo de agua que conocemos como Lago de Maracaibo.

La gente está organizándose y se está hartando de este simulacro institucional que todo lo vuelca en avances y logros en pro del saneamiento del ecosistema estuarino. Una inmensa hipocresía gubernamental sirve de tierra fértil, muy al pesar de las instituciones ambientales, para la toma de conciencia colectiva y para la construcción de un nuevo poder decisorio en cuanto al ordenamiento territorial del Estado sin menosprecio de nuestras fuentes de agua y vida, sin atropellos y muertes para nuestros indígenas, campesinos y afrodescendientes.

Estamos construyendo esto mientras, en paralelo, la desdibujada Corporación para el Desarrollo del Zulia (CORPOZULIA) sigue promoviendo por medios masivos de comunicación en la región la criminalización de los que, con inmensos, sanos y lógicos argumentos, promovemos una manera más humana de asumir la economía sin menoscabo de las etnias indígenas que hacen vida en nuestra región diversa. Así de paradójica, asimétrica y pedregosa es esta construcción del nuevo poder popular ligado a la toma de decisiones medioambientales más acordes con nuestra realidad histórica, sociocultural, política y económica.

Huele a muerte la ignorancia burocrática. Carga a cuestas, desde las oficinas confortables del ministerio y la fiscalía, desde los laboratorios asépticos de las “neutras” universidades públicas, una deuda imposible de pagar si no termina, en digno accionar frente a los ojos del colectivo zuliano y nacional, de zafarse de tanta hediondez gerencial. Se están perdiendo de la digna, nueva y más justa construcción social.

Los que olemos a tierra y lluvia, los que nos maravillamos de las libélulas y pensamos en el alimento sin la tóxica influencia de los fertilizantes y de la “tecnología corporativa” de los transgénicos, seguimos insistiendo en su conversión hacia una más viable manera de planificar las acciones que afectan a la tierra, al agua y al aire que a todos pertenece.

Soberanía es no dependencia, es empoderamiento real, tangible, decisorio y colectivo; no una mueca exógena típica de los excesos del libre comercio que aún aplauden “a mano roja” en nuestros espacios gubernamentales regionales y locales asociados al manejo de los ecosistemas naturales.

Despabilen de una buena vez y terminen de dar solidez al clamor que les convoca al asesoramiento y no a la mudez. Ubíquense desde ya, justo ahora, en la real situación: son ustedes servidores públicos, no reposeros ni continuistas de la debacle ecosistémica.

Este estado tenso en el que deambulamos sin reconocernos como puerto ni colectivo lacustre; este estado ajeno a sus montañas, ciénagas y costas, está llamado a erigirse de una sentida y necesaria vez en un estado más consciente de las huellas que deja como sociedad en el trayecto que colectivamente está llamada a transitar.

Lic. Nicanor A. Cifuentes G.

Biólogo/Maestrante en Ecología Acuática LUZ
Profesor UBV-Zulia

19/III/2006