miércoles, julio 20, 2011

Territorialidad sentida (Ponencia presentada en las III Jornadas de Producción y Recreación de Saberes UBV-Zulia) 14 de julio de 2011

fotografía cortesía Prensa - UBV.

Por: Nicanor A. Cifuentes Gil.

La visión fragmentada de ver(nos) y juntar nuestros decires y desafíos comunes tiene un asidero en la espacialidad amenazada que habitamos. Si partimos de la idea más íntima, nuestras voces maleducadas en el diálogo cotidiano tienden más a impactar al otro (que somos) que a celebrar el asombro del escuchar(nos). Desde esta mirada detallada podemos hilvanar un hilo conductor que va verse tensionado ante la manera zigzagueante con la que nos conectamos con el suelo, la matria que nos habita y que habitamos.

Dispersa la memoria del colectivo que hemos sido no es raro testimoniar los quiebres de esta agitada cotidianidad, saturada cotidianidad, donde lo que menos experimentamos es la plural huella dejada y la llanura desde donde otear los desafíos que nos deberían religar.

Montaña, río, cuenca, sector, poligonal, distrito, municipio, residencia, casa pudiera ser un distraído conjunto de palabras lanzadas al voleo pero las conecto así, en esa secuencia para dar una leve referencia sobre la geografía, el “oikos” que nos iluminó y sustentó y el que, actualmente, nos enjaula la razón y la emoción.

Esta espacialidad amenazada por proyectos civilizatorios foráneos, estas lacerantes voces y palabras, estos cuerpos y estos modos de sentir - otros nos permean desde que el mismo afecto de la Yanama o la Minga, del Cumbé mutaron a sobrevivencia del más apto. Cartesiano quejío este que nos lubrica el pensar y el hacer, el decir y el amar, el humor y el soñar para maximizar las ganancias, los segundos que son oro y los espacios que son también oro[1].

En potencia nos mantiene una voz, una idea, un querer de otras temporalidades que aún no ha sido erosionado por este afán de ser homogéneos, eficientes, entregados al vuelo gerencial de la banca y las trasnacionales del oprobio planetario. Y esa voz, esa idea, ese querer latente no termina de germinar pues el cuerpo que somos, la osamenta andamiaje que nos sostiene, la eléctrica nervadura de neuronas que nos puebla sigue oteando, sigue permeadado de acontecer luctuoso.

Este fraseo que mantengo no pretende derivar a una corriente pesimista desconocedora de las epifanías, de los asombros alcanzados en estos años de brega continental y planetaria por concretar la idea del mundo posible, no, ¡¡¡faltaba más!!! lo que de alguna manera intento imprimirle a este decir mío que ofrendo y que ahora leemos y escuchamos, se imbrica a la gana de poder experimentar en el nosotros la identidad diversa que nos salva en la vertiente biológica, amenazada de proyectos y planes extractivistas y la vertiente sociocultural: encasillada al espectáculo y a la “sabadosencaionalesca” del folk-lore.

El espectáculo circense agota su efectividad mientras se le permita al ser sentipensante, a la mujer y al hombre que somos apostar con taquicardia sana a ver(nos) como lo demanda el querer del cual venimos. Cierto que la demografía, la transición que construimos a escala global cuesta sustos y temores pero no menos cierto es la multicolor esperanza de abrazarnos en redes de afecto que indaguen, que pesquisen, que gocen el recordatorio de los paisajes que nos poblaron para ir, a modo de danza liberta, emancipados al vivir digno que tanto nos ha pospuesto el lucro y la farsalia.

Requerimos de voces y accionares atentos a las coordenadas del tiempo que nos ha cobijado desde hace siglos para valorizar las andanzas sobre los territorios que moldeamos y nos moldean.

Ceñir el debate a la retórica de palabra hueca sin praxis que se sustente y sostenga del hacer coherente nada ofrendará a esta hora de los hornos donde la movilidad nos exige sudores y palabras menos afectas al dicotómico blanco-negro, falso-verdadero del pensar occidentalizado. Siento esto pues el cuerpo alienado que nos sigue dictaminando existencias y desafíos procura sendas y simulacros donde, desde el juego de espejos, lo que parece sin duda abundar es el engrandecimiento del ego individualista, del hacer desde el cálculo de utilidades[2].

Hacernos un plural esfuerzo que derive de su asombro cotidiano, de sus lecturas múltiples de la realidad que se vive y siente, una movilidad que en sus búsquedas reivindique el tiempo del cuerpo y no ofrende apego alguno al cuerpo máquina – cuerpo fábrica que ahora nos invoca terriblemente a consumir y a producir objetos consumibles. Vital reivindicar y aprehender de experiencias que dignifican lo sensorial sin desmedro de una razón acorde a las emociones. Ese cuerpo saneado, ese hábito de vernos, encontrarnos y tejer redes afectivas nos recupera para la defensa consciente del oikos, de la casa que nos da cobijo. La cuenca deberá ser entonces hilvanada al tapiz de la existencia que somos. Espacio que transforma su rostro a territorialidad que goza sus diferentes maneras de ser y hacer.

Desde la experiencia que nos habita llamados estamos a la indagación de otras sensaciones, otras ideas, otras flexibles sensaciones que aguardan por la polinización de nuestra mente, que entiendo es nuestra territorialidad más permeada por los quiebres del mundo sobrecalentado y malevo del ahora. Así no habrá grilla de lectura previa, no más jaula para los afectos, menor será la resistencia para dejar(nos) de ese esquivo contacto con lo otro que somos, en la hermosa complejidad que esto representa es que debemos circunnavegar gozosos ante el mero ejercicio de develar(nos) en tiempos más dignos.

Esta neo-colonialidad[3] del saber encuentra su antídoto en la revisión emotiva de las experiencias que aún refulgen en diáfano ejercicio de existencia solidaria. Imantar estos latidos, hurgar en estas voces que mantienen vínculo con la sanidad mental, fuera del delirio laberíntico de la urbe infestada de vida compulsiva, se hace prioritario y desafiante pues en su caída al abismo de la perversión y la inhumanidad la sed y el hambre de lucro inmediatista ya corroe las bases materiales mismas del territorio que nos sostiene y sustenta.

No me exige el momento en el que escribo estos decires, estos fraseos que nos ofrendamos una gana de juntar quiebres y maledicencias sobre el armatoste militar ganadero corporativo que desconoce en nuestro espacio más local, más sentido, la humedad y el verdor vegetal en procura de renta que acrecienta ecocidio y genocidio cultural. Me invitan estos segundos a revelar eso tan difícil de juntar, de religar las voces para oírnos y ser juntos para la movilidad que diga por nosotros.

La indagación profunda sobre el paisaje local, la memoria ancestral y los agravios del extraer petróleo, sal industrializada, caliza, carbón, madera y ahora el camarón exportable de la cuenca lacustre que habitamos, me ha permitido hurgar en la digna rabia de estos acontecimientos que desoyen lo vital y que cuadriculan la vida a los dogmas del terrible cuento romántico del progreso, al modo de ser y existir que comulga con la idea – acción de lo lineal que va de menos a más.

Enterrado en mi propia tierra, polinizado de memoria nuestramericana veo como opción más radical la que nos convoca al hacer y al sentir por los otros que somos; que nos seduce al hacer y al sentir por la tribu de los vivos que acá, en desconocida y compleja dialéctica, maravillosa dialéctica, existe y se manifiesta pese a estar inmersos y en el epicentro de una zona de sacrificio nacional – continental.


[1] [Carlos W. Porto Goncalves- Territorialidades y lucha por el Territorio en América Latina]

[2] [Franz Hinkelamert – El retorno del sujeto reprimido].

[3] [Luis A. Bigott - Hacia una pedagogía emancipadora desneocolonizadora]